martes, 10 de enero de 2017

A buenas horas mangas verdes

  Ayer día 9, en una conferencia junto a 80 empresarios valencianos, el expresidente Aznar, desvinculado de toda atadura a su antiguo partido (recientemente renunció a su cargo honorífico como presidente de honor del PP), parece sentirse libre al fin para opinar sin ambages en cuanto a las políticas llevadas a cabo por el actual ejecutivo. Así que sin complejos y con esa forma suya, tan distante, de plantear las ideas, teorizaba sobre las maldades a la hora de implementar las políticas dinerarias, planteando una enmienda a la totalidad por "la errónea política económica" que tan ardorosamente ha llevado y lleva a la práctica su heredero, el sr. Rajoy. A nuestro expresidente no le faltan argumentos (es mi opinión y por tanto subjetiva, si bien coincide con la de otros muchos teóricos de la economía), a la hora de criticar la subida de impuestos -y de tasas universitarias, recortes sanitarios, educativos o de dependencia, añado yo-, el descontrol del gasto público (déficit galopante), o que se pretenda financiar el déficit de la Seguridad Social con emisión de deuda pública. Además alerta de la posibilidad real de empeoramiento de la coyuntura actual si subiera el precio del petróleo, los tipos de interés o se disparara la inflación. Pero a nuestro expresidente se le olvida un detalle capital, y que obliga a llevar a la práctica este tipo de política del cual reniega ahora: somos uno de los socios del euro.

  Las crisis, las guerras, y los acontecimientos en general no ocurren porque sí, como nos viene demostrando la Historia a lo largo de los años, sino que tienen su ligazón. En 1992, con los acuerdos de Maastricht, se ponía en marcha en Europa una de sus unidades fundamentales: la monetaria.  En 1998, el sr. Aznar y su gurú económico, el sr. Rato, abordaban una de las reformas capitales y que tantos quebraderos de cabeza nos ha traído después: la reforma del suelo. A partir de su aprobación cualquier terreno era susceptible de urbanizar a excepción del protegido. El boom inmobiliario vino a hacer las funciones del modelo productivo del cual ha carecido y carece España -o cuando menos es manifiestamente mejorable-, y con ello se crearon miles y miles de puestos de trabajo, eso sí, a costa de la deuda privada de muchas familias que recibían créditos a espuertas de los bancos nacionales vía bancos europeos, fundamentalmente alemanes, para casas, muebles, electrodomésticos, coches, viajes, negocios, etc. -chocante que las autoridades financieras del Norte no se percataran del excesivo endeudamiento de los pobres países del Sur-, además de que la burbuja como cualquier otra, tenía fecha de caducidad, era una política insostenible en el tiempo. En 2002, el tándem Aznar-Rato nos metió de socios en el elitista club del euro, una moneda diseñada para tiempos de bonanza, pero que jamás se pensó al crearla en sus efectos devastadores cuando llegaran las vacas flacas (así opinan muchos de los teóricos de la economía); no obstante, se convirtió en uno de los factores que permitió el crecimiento exponencial de los créditos concedidos al asentarse la moneda sobre bajos tipos de interés, nada comparables al de la peseta. De manera que a estas alturas de la película, el sr. Aznar debería de saber que siendo socios de un club tan selecto como el de la moneda única, toda la política de los dineros nos viene impuesta desde Bruselas, porque a las autoridades del Norte les importa un comino cómo subsistan sus ciudadanos y mucho menos si su implementación genera desigualdades brutales; a quienes mandan, lo único que les da quebraderos de cabeza es la macroeconomía que se cimenta en torno a la supervivencia del euro. Que las naciones con dificultades económicas como España y otras del Sur subsistan a partir de una economía de guerra y se resquebraje su cohesión social, les trae al pairo. Es lo malo que tiene uniformar a naciones con distintas economías en torno a una moneda única, pero de esto el sr. Aznar no va a decir ni pío, sería como admitir la contradicción.

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