Todos somos entes políticos. Nuestras acciones tienen cierta carga ideológica aunque no reparemos en ello. Los políticos deben de preservar el bien común y corregir en lo posible las tendencias contrarias, y sus representados tenemos la obligación de velar, de vigilar siempre sus decisiones, sobre todo aquellas que vulneran la cohesión de la sociedad. Nadie es apolítico, otra cosa bien distinta es no participar activamente en política. Conviene tener los ojos bien abiertos.
lunes, 23 de enero de 2017
jueves, 12 de enero de 2017
Llueve sobre mojado
A tenor de cómo se siguen desarrollando los acontecimientos, no cabe ninguna duda de que el PP, y/o tal vez el sr. Rajoy, siguen sin entender lo que supone la responsabilidad política y sus consecuencias. Hace casi 14 años, en 2003, tenía lugar el desgraciado accidente del Yak-42 en el que perdieron la vida 62 militares españoles en suelo turco cuando regresaban a Zaragoza desde Afganistán. El Consejo de Estado acaba de sacar a la luz su informe al respecto, y las conclusiones pasan por responsabilizar al ministerio de Defensa de la desgracia. El Consejo de Estado no valora las responsabilidades penales o civiles, no le competen, pero sí lo hace de manera concluyente para señalar políticamente al sr. Trillo, el entonces titular del Ministerio. Siendo esto así, y por decencia, además de respeto a los familiares de las víctimas de aquel accidente, al sr. Trillo no se le debería de premiar con ningún cargo político de importancia una vez cese como embajador en Londres. Que la justicia no lo haya condenado, como tampoco llegó a condenar a la sra. Mato (de momento), al sr. Fernández Díaz o a la desaparecida sra. Barberá, no lo exime de sus obligaciones políticas. Y es aquí donde el PP no sabe diferenciar entre unas responsabilidades y otras, de manera que sus más altos cargos entienden que mientras no hay condena judicial no hay responsabilidad política, o eso dan a entender.
El actual Vicesecretario General de organización del PP, el zamorano Martínez Maíllo, bromeaba diciendo al respecto de la ubicación futura del sr. Trillo si no deberían de exiliarlo o algo parecido. Pues no, no se trata de algo tan drástico, se trata simplemente de que no ocupe ningún cargo de relevancia (paradojas de la vida aspira a ocupar plaza en el Consejo de Estado que acaba de señalarlo), que se vaya a su casa y punto. Pero no habrá espacio para la decencia, porque su amigo el sr. Rajoy (nuestro presidente desconocía la resolución del Consejo de Estado) no ayudará a que a su excompañero de gabinete se le deje a la intemperie, permitiendo que tome posesión como uno más de los consejeros de Estado, pues esa y no otra es su pretensión.
Lo de la sra. De Cospedal, anunciando a los familiares de las víctimas su intención de profundizar en lo relativo al contrato del avión y la póliza -bienvenida sea una mirada más humana después de casi 14 años de ninguneo a las víctimas-, es un cambio radical y deja en entredicho al sr. Trillo, aunque me temo que se quede en un brindis al sol, más cuando ha anunciado su intención de rescatarlos (contrato y póliza) por tierra, mar y aire, ¿Cuando apela a su rescate, no es posible que ambos se hayan hecho desaparecer?, vamos, digo yo.
martes, 10 de enero de 2017
A buenas horas mangas verdes
Ayer día 9, en una conferencia junto a 80 empresarios valencianos, el expresidente Aznar, desvinculado de toda atadura a su antiguo partido (recientemente renunció a su cargo honorífico como presidente de honor del PP), parece sentirse libre al fin para opinar sin ambages en cuanto a las políticas llevadas a cabo por el actual ejecutivo. Así que sin complejos y con esa forma suya, tan distante, de plantear las ideas, teorizaba sobre las maldades a la hora de implementar las políticas dinerarias, planteando una enmienda a la totalidad por "la errónea política económica" que tan ardorosamente ha llevado y lleva a la práctica su heredero, el sr. Rajoy. A nuestro expresidente no le faltan argumentos (es mi opinión y por tanto subjetiva, si bien coincide con la de otros muchos teóricos de la economía), a la hora de criticar la subida de impuestos -y de tasas universitarias, recortes sanitarios, educativos o de dependencia, añado yo-, el descontrol del gasto público (déficit galopante), o que se pretenda financiar el déficit de la Seguridad Social con emisión de deuda pública. Además alerta de la posibilidad real de empeoramiento de la coyuntura actual si subiera el precio del petróleo, los tipos de interés o se disparara la inflación. Pero a nuestro expresidente se le olvida un detalle capital, y que obliga a llevar a la práctica este tipo de política del cual reniega ahora: somos uno de los socios del euro.
Las crisis, las guerras, y los acontecimientos en general no ocurren porque sí, como nos viene demostrando la Historia a lo largo de los años, sino que tienen su ligazón. En 1992, con los acuerdos de Maastricht, se ponía en marcha en Europa una de sus unidades fundamentales: la monetaria. En 1998, el sr. Aznar y su gurú económico, el sr. Rato, abordaban una de las reformas capitales y que tantos quebraderos de cabeza nos ha traído después: la reforma del suelo. A partir de su aprobación cualquier terreno era susceptible de urbanizar a excepción del protegido. El boom inmobiliario vino a hacer las funciones del modelo productivo del cual ha carecido y carece España -o cuando menos es manifiestamente mejorable-, y con ello se crearon miles y miles de puestos de trabajo, eso sí, a costa de la deuda privada de muchas familias que recibían créditos a espuertas de los bancos nacionales vía bancos europeos, fundamentalmente alemanes, para casas, muebles, electrodomésticos, coches, viajes, negocios, etc. -chocante que las autoridades financieras del Norte no se percataran del excesivo endeudamiento de los pobres países del Sur-, además de que la burbuja como cualquier otra, tenía fecha de caducidad, era una política insostenible en el tiempo. En 2002, el tándem Aznar-Rato nos metió de socios en el elitista club del euro, una moneda diseñada para tiempos de bonanza, pero que jamás se pensó al crearla en sus efectos devastadores cuando llegaran las vacas flacas (así opinan muchos de los teóricos de la economía); no obstante, se convirtió en uno de los factores que permitió el crecimiento exponencial de los créditos concedidos al asentarse la moneda sobre bajos tipos de interés, nada comparables al de la peseta. De manera que a estas alturas de la película, el sr. Aznar debería de saber que siendo socios de un club tan selecto como el de la moneda única, toda la política de los dineros nos viene impuesta desde Bruselas, porque a las autoridades del Norte les importa un comino cómo subsistan sus ciudadanos y mucho menos si su implementación genera desigualdades brutales; a quienes mandan, lo único que les da quebraderos de cabeza es la macroeconomía que se cimenta en torno a la supervivencia del euro. Que las naciones con dificultades económicas como España y otras del Sur subsistan a partir de una economía de guerra y se resquebraje su cohesión social, les trae al pairo. Es lo malo que tiene uniformar a naciones con distintas economías en torno a una moneda única, pero de esto el sr. Aznar no va a decir ni pío, sería como admitir la contradicción.
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