Todos somos entes políticos. Nuestras acciones tienen cierta carga ideológica aunque no reparemos en ello. Los políticos deben de preservar el bien común y corregir en lo posible las tendencias contrarias, y sus representados tenemos la obligación de velar, de vigilar siempre sus decisiones, sobre todo aquellas que vulneran la cohesión de la sociedad. Nadie es apolítico, otra cosa bien distinta es no participar activamente en política. Conviene tener los ojos bien abiertos.
jueves, 23 de febrero de 2017
A Dios rogando...
La Comisión Europea no deja de afearnos nuestra incapacidad para reducir la deuda pública que se mantiene en niveles inasumibles, muy capaces de dar al traste con la recuperación económica ante cualquier adversidad. No obstante, parece mostrar ceguera al no percatarse de que, justamente la Reforma Laboral -aún reclama más reformas para flexibilizar un poco más el mercado laboral- fomenta la contratación en precario, con bajos salarios que vienen a añadirse a la estacionalidad endémica de muchos sectores productivos, ahondando así en la economía sumergida que no cotiza a la Seguridad Social; favoreciendo, esta, y los bajos salarios que si cotizan, las escasas expectativas de poder cubrir las necesidades mínimas con decoro: sanidad, educación, dependencia y pensiones. A España se le ha marcado el camino para ser competitivos y salvar la macroeconomía, y el camino es el de reducir los costes laborales para facilitar la exportación (un poco al estilo chino pero bajo el paraguas de la UE), sin ningún valor añadido. Por tanto, será complicadísimo bajar la deuda nacional y mantener sostenible el régimen de pensiones.
martes, 14 de febrero de 2017
Otra vez
Si tratáramos de buscar el papel más idóneo en una película para el presidente Trump, creo que habría casi unanimidad reservándole el de pistolero más rápido del viejo Oeste. Pido perdón a quienes se puedan sentir ofendidos si me he excedido en el sarcasmo, pero el personaje me supera y prefiero dejar a un lado la decena de calificativos que adornan su quehacer diario y describirlo de un brochazo, o mejor decir, pincelada, que queda más fino.
Todavía no lleva un mes en el cargo y empieza a poner patas arriba todo el engranaje de la nación más poderosa del Planeta, una nación de naciones (o si se prefiere estados) que durante muchos años ha sido referente de las democracias occidentales y espacio inmenso de oportunidades donde han convivido, con mayor o menor armonía, anglosajones, afroamericanos, latinos, aborígenes, asiáticos o irlandeses.
Nada más tomar posesión del cargo firmó la derogación del Obamacare sanitario. Después se han ido precipitando los acontecimientos: próxima construcción del muro fronterizo con México, la prohibición para entrar en USA de nativos procedentes de 7 países islámicos (curiosamente no estaban vetados los de Arabia Saudí), constantes enfrentamientos con el estamento judicial y la amenaza de cambiar las leyes para aminorar la autoridad del tercer poder, vetos y encontronazos permanentes con la prensa, desencuentros con un amplio sector femenino, indisimulados enfrentamientos verbales con presidentes o primeros ministros de otras naciones, como el de Australia. En la vorágine de su papel presidencial, y que tal vez haya pasado desapercibido para la ciudadanía por otros asuntos más llamativos, siendo de una trascendencia suprema -ojalá me equivoque-, son los primeros pasos en la enésima desregulación del sistema financiero, como hicieran antes y en parte, algunos presidentes en el primer tercio del siglo XX, contribuyendo al Crac del 29; o Ronald Reagan durante su mandato 1980-88, secundado en menor medida por Bill Clinton; y más tarde y de manera desbocada por George Bush tras el ataque del 11S, con el desenlace de una crisis financiera sin precedentes. No es extraordinario que la bolsa de Wall Street haya aplaudido las plusvalías catapultada por las subidas de los bancos, entusiasmados con la perspectiva de volver a hacer casi cuanto quieran sin que nadie le toque las narices.
Siendo todo de pronóstico reservado, y ya se verá si con consecuencias funestas para la renqueante economía europea, lo que más debiera de atemorizarnos es una nueva espiral de guerras. Una de las principales industrias de USA es la armamentística. Desde la perspectiva del lucro y el desarrollo militar, al País puede convenirle un nuevo estado de beligerancia. Yo espero y deseo que esto no sea así. De triste recuerdo y consecuencias que aùn hoy pagamos, son las intervenciones en Afganistán y particularmente en Irak. Pero el Comandante en Jefe de las fuerzas armadas es el señor Donald Trump, y su carácter irascible -perdón por reiterarme-, así que yo no descarto que la chispa se encienda a resultas del lanzamiento de un misil en Irán, una prueba nuclear subterránea en Corea del Norte o unas maniobras militares rusas cerca del estrecho de Bering (esto es más hipotético, pero en ocasiones conviene distender el ambiente), o cualquier otro atisbo de testiculina desbocada, que puede encender la mecha, la excusa perfecta para dar nueva carta de naturaleza a los fanáticos que se reagrupan y sobreviven como nadie en medio del caos.
De momento el presidente Trump le ha pedido al nuestro, que doble el presupuesto de defensa, pasando de los casi 8.000 millones de € actuales a los 16.000. Supongo que nuestro presidente le habrá advertido que la UE nos marca de cerca sin que podamos sobrepasar el déficit, y que tiene millones de compatriotas que lo están pasando mal, esperando ayuda como agua de mayo. Pero eso es harina de otro costal. La conclusión es que el sr. Trump va avanzando a los aliados europeos sus intenciones de rebajar su aportación a la OTAN, y no para ahorrar, por el contrario su propósito es incrementar sustancialmente el presupuesto en defensa ¿para qué será entonces?
Confiemos en que no haya más duelos a muerte, otra vez no, por favor, pero si termina habiéndolos, solo nos quedará por descubrir quién será el más rápido en desenfundar, ¿acaso el sr. Trump?
viernes, 3 de febrero de 2017
La carcoma, el miedo...
(3 de febrero de 2017)
Decía Antonio Escohotado que "el conformismo es la forma moderna del pesimismo"; si bien, algunos años antes de Jesucristo, el mismo Cicerón decía: "la costumbre de decir sí me parece peligrosa y resbaladiza". Frases del tenor de "el hábito hace al monje", "el hombre es un animal de costumbres" o "hay que conformarse con lo que venga", me parecen a mí incompatibles con la condición de seres humanos libres que asumimos desde nuestro nacimiento. El conformismo va en contra del afán de superación, alienta las injusticias y colabora definitivamente en el amodorramiento, primero de la sociedad, y a continuación de las naciones.
Cuando optamos por el silencio en lugar del compromiso, decidimos decir sí a todo y tragamos con carros y carretas, no hacemos otra cosa que afianzar la perpetuación y la capacidad de influencia por parte de personas que no se lo merecen y hasta pueden resultar nocivas, -sean políticos, famosos, empresarios o de cualquier otra condición- en el poder, en el mundo de la televisión, del dinero o de cualquier otra índole.
El conformismo ya está aquí y destruye como la carcoma. Nos conformamos con lo que tenemos. Por ejemplo con nuestro planeta, condenado a la muerte si no se remedia antes, por el poder depredador y contaminante de las empresas petroleras, capaces de influir hasta el extremo de arrinconar a las energías renovables, aunque todos terminemos sucumbiendo al cáncer. Admitimos con naturalidad los paraísos fiscales como algo inevitable, aunque quienes se aprovechan estén hurtándonos una buena parte del porvenir. Y nos conformamos con tener un país de personas mayores, cada vez con menos población, en el cual los jóvenes lo tienen muy difícil para emanciparse o formar una familia, entre otras cosas porque la reforma laboral de 2012 los condena a la incertidumbre y en muchos casos al ostracismo. Asumimos que España tenga más de 14 millones de ciudadanos en riesgo de exclusión social, o que 3 millones de niños no tengan suficiente alimento para llevarse a la boca, aceptando sin más que España sea el segundo país de Europa donde más ha crecido la desigualdad. Y apenas clamamos ante injusticias como la de Madrid, donde se comerció con viviendas de protección oficial para venderlas a un fondo buitre, o que en Castilla La Mancha, no hace tantos años, la presidenta de entonces estuviera dispuesta a vender dos hospitales para pagar la deuda de la Comunidad. Incluso que ni nos inmutemos ante la cicatería del gobierno central para financiar el fármaco Sovaldi a los afectados por la hepatitis C. Ya ni siquiera hacemos caso a las puertas giratorias que siguen tan bien engrasadas desde hace años, sin llamarnos la atención el último beneficiario, el ex director de la Guardia Civil y mucho antes jardinero, el sr. Fernández de Mesa. Tampoco nos importa gran cosa el feo asunto de
la corrupción campando a sus anchas, carcomiendo poco a poco la credibilidad de las instituciones, incluida la Corona (todos son iguales, solemos decir), así que volvemos a votar (incluso muchos admiten que con la nariz tapada) a los mismos corruptos o a quienes la han consentido, de manera que poco importan unos SMSs vergonzantes de un presidente, los millones del fraude de los ERES, la corrupción sistemática en Valencia, Madrid o Cataluña, o las campañas electorales financiadas con dinero negro o dopadas, que se diría en deporte; y es porque el miedo está ahí, nos atenaza; el miedo es libre. Tenemos pavor al cambio, cuando lo más saludable es que las corruptelas se depuren en la oposición, como está ocurriendo en Valencia, algo que difícilmente, al menos en lo que atañe al esclarecimiento completo de los hechos delictivos, va a ocurrir en Andalucía, Madrid, Cataluña y por supuesto, a nivel nacional (no podemos olvidar que España, o "la Marca España", que dicen desde el Ejecutivo, se situó en enero de 2017 en su peor resultado histórico en cuanto a corrupción, ocupando el puesto 21 entre 32 países de Europa, justo por detrás de Eslovenia y Lituania, y en el 41 a nivel global, quedando situada entre Costa Rica y Brunei), ya que la capacidad para mover los resortes desde el poder se multiplican, teniendo opción de esconder y/o destruir pruebas).
Nos conformamos con cuanto de malo y trágico les sucede a los refugiados que huyen de sus países, algo que haríamos nosotros de vivir en España si las condiciones fueran parecidas a las suyas. Asumimos sin rechistar que el mercado laboral es el que es; o el cumplimiento del déficit anual para preservar la macroeconomía y nuestra moneda única, a pesar del sufrimiento de los ciudadanos del Sur. Ni siquiera se nos ocurre la posibilidad de debatir en cuanto a un cambio sustancial del modelo productivo, si queremos que España se embarque al fin en una economía diversa y sostenible en el tiempo, de donde se destierren al fin las palabras estacionalidad y precario, buscando en todo momento el valor añadido.
Vivir en el conformismo me parece a mí la forma más perfecta de empobrecimiento. Si no nos atrevemos, habremos contribuido de manera definitiva al anquilosamiento de la actual sociedad. Vivir atenazados por la parálisis, sin duda favorecerá el resurgir de la intransigencia y quién sabe -espero que no- de los autoritarismos disfrazados de populistas. Aunque ahí está el vencedor sr. Trump para desmentirme, y quién sabe si la sra. Le Pen en Francia, o la extrema derecha en Alemania para más adelante, cuando se celebren elecciones en esos países.
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